La Obra Redentora de Cristo: Desde una Perspectiva Cristiana de los Sacrificios del Antiguo Testamento
Desde una perspectiva cristiana, los sacrificios del Antiguo Testamento prefiguraban la obra redentora de Cristo, revelando un plan divino que encuentra su cumplimiento en el Nuevo Testamento. La rica simbología y los rituales detallados del sistema sacrificial mosaico sirven como tipos y sombras que apuntan a la persona y la obra de Jesús. Este ensayo explorará cómo los sacrificios del Antiguo Testamento, especialmente la Pascua, los sacrificios de pacto y el Día de la Expiación, prefiguran y encuentran su cumplimiento en la obra redentora de Cristo, con énfasis en su rol como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec y su entrada en el Lugar Santísimo verdadero.
La Pascua y el Cordero de Dios
La Pascua es uno de los eventos más significativos y centrales en la historia de Israel, conmemorando la liberación del pueblo de la esclavitud en Egipto. Este evento es descrito en detalle en Éxodo 12, donde Dios instruye a Moisés y a Aarón sobre cómo los israelitas deben preparar un cordero sin defecto, sacrificarlo y aplicar su sangre en los dinteles de sus puertas para que el ángel del Señor pase de largo y no hiera a los primogénitos de Israel (Éxodo 12:1-13).
El Cordero Pascual y Cristo: El cordero pascual es un tipo claro de Cristo, quien es referido en el Nuevo Testamento como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). A diferencia de los sacrificios por el pecado y por la culpa, que no son comidos, el sacrificio de la Pascua era consumido por las familias en un acto de celebración y agradecimiento. Este sacrificio de acción de gracias marcaba la pronta liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. De manera similar, Jesús, sin defecto y sin pecado, es el medio por el cual los creyentes son liberados del pecado, del temor a la muerte y del poder de Satanás. La sangre del cordero pascual aplicada a los dinteles simboliza la sangre de Cristo que protege y salva a los creyentes de la condenación eterna. La Pascua, por lo tanto, no solo celebra la liberación física de Israel sino también la redención espiritual lograda por Cristo
La Institución de la Cena del Señor: Durante la Última Cena, Jesús celebra la Pascua con sus discípulos y establece el sacramento de la Eucaristía (o Cena del Señor), estrechamente conectado con la Pascua y compartiendo el mismo carácter de celebración por la liberación. Jesús dice: "Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. [...] Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lucas 22:19-20). Aquí, Jesús identifica su sacrificio con el del cordero pascual, instituyendo una nueva celebración que recuerda y proclama su muerte redentora hasta que Él vuelva (1 Corintios 11:26). La Cena del Señor está conectada con los sacrificios que se comen, ya que corresponde a lo que es comido, enfatizando así la liberación y la participación en la vida de Cristo. Además, la Cena del Señor implica una conexión con el establecimiento del Nuevo Pacto, como profetizado en Jeremías 31 y Ezequiel 36, donde se considera el perdón de aquellos pecados que no era posible perdonar bajo el Antiguo Pacto.
Los Sacrificios de Pacto
En el Antiguo Testamento, el sacrificio de pacto fue esencial para dar comienzo la relación de pacto entre Dios e Israel. El pasaje clave se encuentra en Éxodo 24, donde Moisés ofrece sacrificios de pacto y rocía la sangre sobre el altar y el pueblo, declarando: "He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas palabras" (Éxodo 24:8). El rociar la sangre sobre el altar implicaba la santificación del altar, destacando que Dios era el participante principal en el pacto. Al rociar la sangre sobre el pueblo, se implicaba que tanto Dios como el pueblo estaban comprometidos en el pacto. De esta manera, la sangre era simbólicamente rociada sobre Dios y sobre el pueblo, estableciendo una relación de pacto firme y sagrada.
La Sangre del Pacto y Cristo: Jesús, en la institución de la Cena del Señor, declara que su sangre es la del nuevo pacto: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lucas 22:20). Este nuevo pacto, profetizado en Jeremías 31:31-34, no se basa en la ley escrita en tablas de piedra sino en la ley escrita en los corazones de los creyentes. La sangre de Cristo ratifica este nuevo pacto, asegurando el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios.
En el Antiguo Testamento, el sacrificio de pacto fue esencial para dar comienzo a la relación de pacto entre Dios e Israel. El pasaje clave se encuentra en Éxodo 24, donde Moisés ofrece sacrificios de pacto y rocía la sangre sobre el altar y el pueblo, declarando: "He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas palabras" (Éxodo 24:8). El rociar la sangre sobre el altar implicaba la santificación del altar, destacando que Dios era el participante principal en el pacto. Al rociar la sangre sobre el pueblo, se implicaba que tanto Dios como el pueblo estaban comprometidos en el pacto. De esta manera, la sangre era simbólicamente rociada sobre Dios y sobre el pueblo, estableciendo una relación de pacto firme y sagrada.
El Sacrificio Perfecto: Los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento eran insuficientes para purificar completamente el pecado, requiriendo repetición continua. En contraste, Cristo como sacrificio pactal es superior al Antiguo Pacto, especialmente porque el sacrificio de Cristo en el Nuevo Pacto hace posible el perdón de los pecados que en el Antiguo Pacto eran imposibles de perdonar. La epístola a los Hebreos declara: "Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Hebreos 9:12). La obra redentora de Cristo, por tanto, cumple y supera los sacrificios de pacto del Antiguo Testamento. Además, el Nuevo Pacto declara un cambio de corazón, de uno de piedra a uno de carne, y que Dios escribirá su ley en dicho corazón, como se menciona en Jeremías 31:33 y Ezequiel 36:26.
El Día de la Expiación y la Expiación Definitiva
El Día de la Expiación y la Expiación Definitiva
El Día de la Expiación, o Yom Kippur, es uno de los días más solemne del calendario judío, descrito en Levítico 16. En este día, el sumo sacerdote ofrecía sacrificios por sus propios pecados y los pecados del pueblo, y rociaba la sangre en el Lugar Santísimo para hacer expiación por el Santuario y por el pueblo (Levítico 16:1-34).
El Sumo Sacerdote y Cristo: En el sistema sacrificial del Antiguo Testamento, solo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo, y solo una vez al año, para hacer expiación. Sin embargo, el Nuevo Testamento presenta a Jesús como el Gran Sumo Sacerdote. Hebreos describe cómo Cristo llegó a ser Sumo Sacerdote posterior a su resurrección haciendo posible su entrada en el verdadero Lugar Santísimo como tal, donde ofrece su propia sangre para quitar el pecado de en medio. Hebreos 9:24-26 afirma: "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios... se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado". La expiación y la redención de los creyentes se consuma con la entrada de Cristo al Lugar Santísimo, donde es recibido como el Sumo Sacerdote, haciendo efectiva su obra redentora.
Los Restos Son Quemados y Cristo: En la carta a los Hebreos, hay una discontinuidad en la línea de tiempo en cómo ocurren los hechos y cómo esos hechos son usados como "figura y sombra de las cosas celestiales". La muerte de Cristo es vista desde Éxodo 24 como sacrificio pactal, pero la entrada en los cielos para llevar a cabo la expiación y la redención es simbolizada por el sumo sacerdote entrando en el Lugar Santísimo. Por otra parte, esta vez, la muerte de Cristo es descrita a partir de la quema de los restos del animal sacrificado fuera del campamento, como se describe en Hebreos 13:11-12:
"Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es llevada al santuario por el sumo sacerdote como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta."
La Conexión con el Lugar Santísimo y el Orden de Melquisedec
La obra redentora de Cristo está íntimamente conectada con su entrada en el Lugar Santísimo verdadero y su actividad como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, lo cual es fundamental para comprender la expiación y redención en el Nuevo Testamento.
Cristo como Sumo Sacerdote según el Orden de Melquisedec: A diferencia del sacerdocio levítico, que era temporal y basado en la descendencia de Aarón, el sacerdocio de Cristo es eterno y según el orden de Melquisedec. Hebreos 7:17 afirma: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec". Este orden sacerdotal es superior al levítico y es eterno, subrayando la superioridad y permanencia del sacerdocio de Cristo. Melquisedec, quien es mencionado en Génesis 14 y Salmo 110, es un tipo de Cristo, un sacerdote-rey que prefigura el ministerio eterno de Jesucristo.
La Entrada de Cristo en el Lugar Santísimo Verdadero: La obra redentora de Cristo se consuma con su entrada en el Lugar Santísimo celestial, donde ofrece su propia sangre para la expiación definitiva de los pecados. Hebreos 9:11-12 dice: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención". Aquí, el autor de Hebreos subraya que el sacrificio de Cristo es suficiente y definitivo, y que su ministerio sacerdotal es efectivo para siempre.
La Expiación y Redención en Cristo: La expiación realizada por Cristo es total y abarca todos los aspectos de la redención humana. A través de su muerte y resurrección, y su posterior entrada ante el Lugar Santísimo, Cristo no solo expía los pecados sino que también redime a los creyentes, liberándolos de la esclavitud del pecado y la muerte. Hebreos 9:12 dice: "y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido redención eterna."
Implicaciones Teológicas de la Obra Redentora de Cristo
La obra redentora de Cristo, prefigurada por los sacrificios del Antiguo Testamento, tiene profundas implicaciones teológicas para la fe cristiana. Estas implicaciones abarcan la naturaleza del sacrificio de Cristo, la relación del creyente con Dios, y el propósito y significado de la expiación y redención.
La Suficiencia del Sacrificio de Cristo: El sacrificio de Cristo es único y suficiente. A diferencia de los sacrificios del Antiguo Testamento, que eran repetitivos y nunca podían quitar completamente el pecado, el sacrificio de Jesús es ofrecido una vez y para siempre, logrando una purificación completa y eterna. Hebreos 10:10 subraya: "En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre". La suficiencia del sacrificio de Cristo asegura que no se necesitan más sacrificios, y que su obra es perfecta y completa.
La Relación del Creyente con Dios: La obra redentora de Cristo transforma la relación del creyente con Dios. En Cristo, los creyentes son reconciliados con Dios y llevado por Cristo ante el Padre. Hebreos 2:10 dice: "Porque convenía que aquel para quien son todas las cosas y por quien son todas las cosas, llevando muchos hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio de los padecimientos al autor de la salvación de ellos.". Este llevar mucho hijos a la gloria implica la reconciliación e incluye el perdón de los pecados, la justificación y la santificación, todo logrado por la obra de Cristo.
El Propósito y Significado de la Expiación: La expiación realizada por Cristo tiene un propósito y un significado profundo. En el Antiguo Testamento, la expiación, realizada en el día de expiación en el Lugar Santísimo, era necesaria para purificar y reconciliar al pueblo con Dios, pero era temporal y simbólica. En contraste, la expiación, que Cristo la lleva a cabo en el verdadero Lugar Santísimo, el celestial, es definitiva y efectiva. Cristo, como el sacrificio perfecto, no solo expía el pecado sino que también transforma a los creyentes, capacitándolos para vivir en justicia y santidad. 2 Corintios 5:21 declara: "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él".
La Redención y la Nueva Creación
La obra redentora de Cristo no solo afecta la relación del creyente con Dios, sino que también tiene implicaciones cósmicas y escatológicas. La redención en Cristo es el comienzo de una nueva creación, que culminará en la renovación completa de todas las cosas.
La Nueva Creación en Cristo: En Cristo, los creyentes son hechos nuevas criaturas. 2 Corintios 5:17 afirma: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Esta nueva creación implica una transformación interna y espiritual que comienza en el momento de la fe y se completa en la glorificación.
La Redención del Cosmos: La redención lograda por Cristo también tiene un alcance cósmico. Romanos 8:19-21 habla de la creación que "espera la manifestación de los hijos de Dios" y será "libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios". La obra redentora de Cristo asegura no solo la redención de los individuos sino también la renovación de toda la creación.
La Esperanza Escatológica: La obra redentora de Cristo culminará en la parusía, el retorno de Cristo y la consumación de todas las cosas. Apocalipsis 21:1-5 describe una nueva creación, donde "no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron". La esperanza escatológica de los creyentes se basa en la certeza de que Cristo, habiendo logrado la redención, traerá a cumplimiento todas las promesas de Dios, estableciendo su reino eterno.
Conclusión
La obra redentora de Cristo, prefigurada por los sacrificios del Antiguo Testamento, es el cumplimiento definitivo del plan de salvación de Dios. A través de su sacrificio perfecto, Cristo ha logrado una redención eterna, reconciliando a los creyentes con Dios y transformando su relación con Él. La Pascua, los sacrificios de pacto y el Día de la Expiación encuentran su verdadero significado y cumplimiento en Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La expiación realizada por Cristo no solo purifica sino que también transforma, inaugurando una nueva creación que culminará en la renovación completa de todas las cosas. Este plan redentor revela la profundidad del amor de Dios y la suficiencia de la obra de Cristo, ofreciendo una esperanza firme y una relación restaurada con el Creador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario