La Superioridad de Cristo y la Purificación
El Antiguo Testamento establece un sistema meticuloso de leyes y rituales destinados a mantener la pureza del pueblo de Israel. Estas leyes, dadas a través de Moisés, incluían sacrificios, purificaciones y restricciones estrictas para evitar la contaminación y preservar la santidad y pureza del campamento. Sin embargo, con la venida de Jesucristo, se revela una dimensión nueva y superior de purificación que trasciende y cumple la ley mosaica. Este ensayo explorará la superioridad de Cristo en el contexto de la purificación, resaltando cómo Jesús, a través de su vida y ministerio, demostró ser la fuente de agua viva (Jer 17:13) definitiva de limpieza y redención.
Contexto de la Purificación en la Ley Mosaica
Para entender la superioridad de Cristo, es esencial primero comprender el sistema de purificación establecido en la ley mosaica. Este sistema se centraba en evitar el contacto con lo impuro y realizar sacrificios específicos para expiar la impureza cuando ocurría. Tres categorías principales de impurezas que demandaban rituales específicos, estos eran: infecciones de la piel (como la lepra), flujos genitales y contacto con cadáveres (Levítico 13-15; Números 5 y 19).
Infecciones de la Piel: Las infecciones de la piel, especialmente la lepra, requerían que la persona afectada fuera examinada por un sacerdote y, si se confirmaba la impureza, debía ser aislada del campamento (Levítico 13:1-46). La purificación, una vez que la persona era sanada y la persona estaba limpia de la enfermedad, involucraba un proceso complejo de sacrificios y baños rituales (Levítico 14:2-32).
Flujos Genitales: Los flujos genitales hacían a la persona ritualmente impura y exigían su aislamiento hasta que el flujo cesara. Luego, debían ofrecer sacrificios y realizar baños rituales para ser declarados limpios (Levítico 15:1-30).
Contacto con Cadáveres: El contacto con cadáveres también resultaba en impureza. La persona debía ser rociada con agua mezclada con las cenizas de una vaca roja en el tercer y séptimo día, y lavar sus ropas y cuerpo antes de ser considerada limpia (Números 19:11-19).
La Limitación de la Ley
El sistema de purificación de la ley mosaica era temporal y repetitivo. Aunque proporcionaba un medio para la limpieza ritual, no ofrecía una purificación definitiva y total. La impureza y algunos pecados requerían sacrificios continuos, y la separación física de lo impuro subrayaba la separación espiritual entre Dios y la humanidad. La ley también dejaba claro que ciertas transgresiones, como el adulterio y la idolatría, no tenían sacrificios expiatorios disponibles, resultando en la pena de muerte o la expulsión definitivaa del campamento, tenían el caracter de irredimibles (Levítico 20:10; Éxodo 22:20).
La Superioridad de Cristo en la Purificación
Con la venida de Jesucristo, se introduce una nueva dimensión de purificación que supera y cumple la ley mosaica. Jesús no solo observó la ley, sino que la llevó a su plenitud, revelando el propósito último de las ordenanzas mosaicas y demostrando su autoridad divina sobre la impureza.
La Autoridad y Divinidad de Jesús: Jesús, a diferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento, no evitaba el contacto con lo impuro. En su ministerio, tocó y sanó a los leprosos, demostrando que Él mismo era la fuente de purificación. En Marcos 1:40-45, se relata cómo un leproso se acercó a Jesús, rogándole ser limpiado. Jesús, movido por la compasión, extendió su mano y lo tocó, diciendo: "Quiero; sé limpio". Al instante, la lepra desapareció, y el hombre quedó purificado. Este acto subraya la autoridad divina de Jesús, quien no solo cumplía la ley, sino que la trascendía al purificar con su toque (Marcos 1:40-45).
La Fuente de Purificación: En contraste con la ley mosaica que requería sacrificios de animales para la declaración de la purificación, Jesús se presenta a sí mismo como el sacrificio definitivo. La carta a los Hebreos resalta que Cristo, por su propia sangre, entró una vez y para siempre en el Lugar Santísimo, logrando una redención eterna (Hebreos 9:11-14). La sangre de Cristo, a diferencia de la sangre de toros y machos cabríos, tiene el poder de limpiar del pecado y purificar al creyente completamente.
Purificación y Redención en Cristo: La ley mosaica señalaba la necesidad de purificación y expiación para ciertos pecados, pero era incapaz de proporcionar una solución definitiva. En Cristo, la purificación va más allá de lo ritual, es total y espiritual. Jesús, como el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Su muerte, resurrección y su posterior entrada al verdadero Lugar Santísimo ofrecen una purificación que es una vez y para siempre, liberando a los creyentes de la condenación y restaurándolos delante la presencia de Dios.
La Purificación de los Impuros por Jesús
El ministerio de Jesús está marcado por numerosos eventos en los que Él purifica a los impuros, demostrando su superioridad sobre las restricciones y limitaciones de la ley mosaica.
La Mujer con el Flujo de Sangre: En Marcos 5:25-34, se relata la historia de una mujer que había sufrido de un flujo de sangre por doce años. Según la ley mosaica, ella era impura y debía evitar el contacto con otros (Levítico 15:25-27). Sin embargo, con fe, ella tocó el manto de Jesús y al instante fue sanada. Jesús, al percibir que había salido poder de Él, se volvió y le dijo: "Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu azote" (Marcos 5:34). Este milagro demuestra que la fe en Jesús trasciende las restricciones rituales y que Él es la fuente de purificación y sanidad.
La Resurrección de la Hija de Jairo: En Marcos 5:21-43, Jesús resucita a la hija de Jairo, tocando a una niña que había muerto. Según la ley, tocar un cadáver hacía a una persona impura (Números 19:11). Sin embargo, Jesús no solo toca a la niña, sino que la devuelve a la vida, demostrando su poder sobre la muerte y la impureza. Este acto subraya que en Jesús, la vida y la pureza superan la muerte y la impureza.
La Reintegración de los Leprosos: Jesús sana a diez leprosos en Lucas 17:11-19, pero solo uno de ellos regresa para darle gracias. Jesús le dice: "Levántate y vete; tu fe te ha salvado" (Lucas 17:19). Este relato no solo muestra la compasión de Jesús sino también su poder para purificar y restaurar, superando las barreras de la ley mosaica y ofreciendo una salvación que es total y definitiva.
La Transformación de la Purificación en el Nuevo Pacto
El Nuevo Testamento presenta a Jesús como el mediador de un nuevo pacto, que trasciende las ordenanzas de la ley mosaica y ofrece una purificación más profunda y completa.
El Nuevo Pacto en Su Sangre: Durante la institución de la Cena del Señor, Jesús anuncia el nuevo pacto que va a ocurrir en su sangre, diciendo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lucas 22:20). Este nuevo pacto se basa en el sacrificio único y suficiente de Cristo, que transforma el corazón y perdona el pecado del creyente. A través de este pacto, los creyentes reciben una purificación que va más allá de lo externo, es interna y espiritual.
La Purificación del Corazón: En el Sermón del Monte, Jesús enfatiza que la pureza verdadera es la del corazón: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). Esta enseñanza subraya que la purificación que Jesús ofrece no se limita a los rituales externos, sino que transforma el corazón y la mente, capacitándonos para vivir en santidad y comunión con Dios.
El Espíritu Santo como Agente de Purificación: Jesús promete el envío del Espíritu Santo, quien habitará en los creyentes y los guiará a toda verdad (Juan 16:13). El Espíritu Santo actúa como el agente de purificación interna, santificando a los creyentes y conformándolos a la imagen de Cristo. Esta purificación continua por el Espíritu es una señal distintiva del nuevo pacto, en el cual la ley de Dios se escribe en los corazones de los creyentes (Jeremías 31:33; Hebreos 10:16).
La Superioridad de Cristo: Implicaciones Teológicas y Espirituales
La superioridad de Cristo en el contexto de la purificación tiene profundas implicaciones teológicas y espirituales. Al entender y aceptar esta superioridad, los creyentes pueden experimentar una relación más profunda y transformadora con Dios.
La Suficiencia del Sacrificio de Cristo: El sacrificio de Cristo es suficiente para perdón de todos los pecados y para purificar completamente al creyente. No se necesitan más sacrificios repetitivos, ya que Jesús ofreció un sacrificio perfecto y definitivo (Hebreos 10:12-14). Esto libera a los creyentes de la carga de tratar de ganar su propia pureza y les permite descansar en la obra completada de Cristo.
La Comunión con Dios: En Cristo, los creyentes tienen acceso directo a Dios. Jesús, como el sumo sacerdote eterno, ha abierto el camino al Lugar Santísimo, permitiendo que los creyentes se acerquen confiadamente al trono de la gracia (Hebreos 4:14-16). Esta comunión directa con Dios es un privilegio del nuevo pacto y una evidencia de la purificación y reconciliación que Cristo ha logrado en el verdadero Lugar Santísimo.
La Llamada a la Santidad: Aunque la purificación en Cristo es completa, los creyentes están llamados a vivir en santidad. La purificación que Jesús ofrece no solo limpia el pasado, sino que capacita para vivir una vida nueva en obediencia a Dios. Pedro exhorta a los creyentes: "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:16). La purificación en Cristo es tanto un don como una responsabilidad, llamando a los creyentes a reflejar la santidad de Dios en sus vidas diarias.
El Testimonio de la Purificación: La transformación que resulta de la purificación en Cristo es un poderoso testimonio al mundo. Los creyentes, al vivir vidas purificadas y santificadas, demuestran la realidad del evangelio y el poder redentor de Cristo. Jesús enseñó que los creyentes deben ser la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5:13-16), reflejando su pureza y amor a todos los que les rodean.
Conclusión
La superioridad de Cristo en el contexto de la purificación revela la plenitud y la suficiencia de su obra redentora. A través de su vida, muerte, resurrección y su posterior entrada ante el verdadero Lugar Santísimo, Jesús ha cumplido y superado las limitaciones del sistema de purificación de la ley mosaica, ofreciendo una limpieza total y definitiva a todos los que confían en Él. En Cristo, los creyentes encuentran la fuente de agua viva de purificación que no solo los libera de la condenación sino que también los transforma para vivir en santidad y comunión con Dios. Esta superioridad de Cristo es una invitación a experimentar la redención y la purificación completas, y a vivir en la plenitud del nuevo pacto que Él ha establecido.
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