Petronila, conocida como Peta, no siempre había sido una prostituta. Su infancia en un pequeño pueblo rural estuvo marcada por la pobreza y el abandono. Su madre había fallecido cuando ella tenía apenas cinco años, dejando a su padre a cargo de sus tres hijos. Su padre, un hombre amargado por la vida, se sumergió en el alcohol, descuidando a sus hijos. Peta, siendo la mayor, tuvo que asumir responsabilidades adultas desde muy temprana edad, cuidando de sus dos hermanos menores, Joaquín y Carmen.
A los catorce años, la situación en casa se volvió insostenible. Su padre la vendió a un hombre de la ciudad a cambio de unas monedas para saciar su sed de alcohol. Así fue como Petronila terminó en un burdel. Al principio, la idea de vender su cuerpo le resultaba repugnante, pero pronto comprendió que no tenía otra opción si quería sobrevivir. La vida en el burdel era dura, y las otras mujeres no eran amables. Todas luchaban por los mejores clientes, y la competencia era feroz.
Con el tiempo, Peta se adaptó a su nueva realidad. Se volvió dura y cínica, aprendiendo a esconder su vulnerabilidad detrás de una fachada de indiferencia. A pesar de su juventud, desarrolló una sabiduría callejera que la ayudó a navegar en el mundo sombrío del burdel. Aprendió a leer a los clientes, a identificar sus intenciones y a protegerse de aquellos que podían hacerle daño.
Una noche, cuando Peta tenía 28 años, el destino le presentó una situación inesperada. Era una noche calurosa de verano y el burdel estaba tranquilo. La mayoría de las chicas ya habían terminado con sus clientes y se preparaban para descansar. Peta estaba sentada en su habitación, mirando por la ventana, cuando escuchó un suave golpeteo en la puerta principal. Se asomó por el pasillo y vio a una mujer bien vestida, con un bebé en brazos, parada nerviosamente en la entrada.
La mujer tenía el rostro demacrado y sus ojos reflejaban una mezcla de desesperación y angustia. Cuando Peta se acercó, la mujer la miró suplicante. "Por favor, necesito tu ayuda," dijo con voz entrecortada. "No tengo a dónde ir."
Peta, acostumbrada a la dureza de la vida en el burdel, se sintió desconcertada por la solicitud de la mujer. "¿Un niño en un prostíbulo? ¿De una familia acomodada? La mujer no lo podía entender."
Inicialmente, le había dicho un firme no a la mujer que lo traía en sus brazos, pero cuando miró a los ojos de la madre y vio el dolor y la desesperación contenidos en ellos, no pudo negarse. El niño era realmente hermoso; sus ojos pardos de forma almendrada tenían algo familiar que la cautivó de inmediato. Tenía la tez blanca y un pelo castaño, que apenas venía saliendo de su gran cabeza, y una sonrisa dulce.
Finalmente, no pudo negarse; más que por la madre, por el niño. Tendría unos tres meses, pero parecía de seis, no por lo regordete que se encontraba, sino por lo largo que era. "¡Cómo son las cosas!" pensó Peta. Se veía dura y amarga, pero sus ojos revelaban el anhelo de un cariño verdadero, aunque extraviado.
La mujer que le entregó el niño era esposa de un judío burgués que se había alejado de su fe y de sus tradiciones en los años de su adolescencia. "¿De qué sirve tener un Dios, si este no cuida de su pueblo? Yo seré mi propio dios y a mí me serviré. Esa será mi ley," fue la frase que marcó el alejamiento de su fe.
Peta sostuvo al bebé con cuidado, sintiendo su suave piel y su respiración tranquila. "¿Cómo te llamas?" preguntó a la mujer.
"Yolanda," respondió ella con un hilo de voz. "Por favor, cuida de mi hijo. Se llama José."
Las dudas comenzaron a invadir la mente de Peta. "¿Cómo voy a cuidar a un bebé en este lugar?" pensó. Sin embargo, algo en la mirada de Yolanda la convenció. Tal vez era la desesperación o la esperanza que aún brillaba en sus ojos, pero Peta no pudo negarse.
Los primeros días con José fueron difíciles. El burdel no era lugar para un niño, y Peta tuvo que hacer malabares para mantenerlo a salvo y a salvo de los clientes y el bullicio del lugar. La rutina del burdel cambió drásticamente. Las demás mujeres, al principio reacias, comenzaron a ayudar. Algunas traían pañales y ropa de sus propios hijos, mientras otras se turnaban para cuidar al bebé mientras Peta trabajaba.
La dueña del burdel, conocida como "la Doña," observaba todo desde las sombras. Aunque dirigía el lugar con mano dura, tenía un rincón suave en su corazón. "Este niño podría ser nuestra salvación," le dijo a Peta un día. "Los hombres pueden ser crueles, pero no son inmunes a la inocencia de un bebé."
José creció rápidamente, su presencia trajo una luz inesperada al burdel. Las mujeres, acostumbradas a la dureza y la desolación, encontraron un motivo para sonreír. El pequeño José se convirtió en el centro de atención, y su risa resonaba en los pasillos, llenando el lugar de una alegría que ninguna de las mujeres había conocido en mucho tiempo.
Una noche, mientras Peta alimentaba a José, comenzó a hablarle sobre su propia infancia, sus sueños y cómo la vida la había llevado a donde estaba. "No quiero que tengas la misma vida que yo," le susurró al bebé, acariciando su pequeña cabeza. "Haré todo lo que esté a mi alcance para darte una vida mejor."
Con el tiempo, Peta y las demás mujeres del burdel formaron una especie de familia. Aunque sus vidas seguían siendo difíciles, encontraron consuelo y esperanza en la presencia de José. La rutina del burdel se adaptó a las necesidades del niño, y la Doña, aunque seguía siendo estricta, mostró una inusual ternura hacia él.
Un día, Yolanda regresó al burdel, desesperada y al borde de la locura. Había huido de su esposo, quien se había vuelto cada vez más violento y controlador. Al ver a José en brazos de Peta, se derrumbó en lágrimas. "No sé qué hacer," confesó. "Mi vida se ha vuelto un infierno, y no quiero que José crezca en medio de tanta violencia."
Peta la escuchó con atención, sintiendo una profunda empatía por ella. Aunque sus vidas eran muy diferentes, ambas mujeres compartían el mismo deseo de proteger a José y darle una vida mejor. "Puedes quedarte aquí," le dijo Peta. "Nosotras te protegeremos."
La presencia de Yolanda en el burdel trajo nuevos desafíos, pero también fortaleció los lazos entre las mujeres. Juntas, comenzaron a planear una forma de salir de ese lugar y empezar de nuevo. La Doña, quien había visto muchas cosas en su vida, decidió ayudarlas. "Este lugar ya ha visto suficiente sufrimiento," dijo. "Es hora de que todas encuentren un nuevo comienzo."
Con la ayuda de la Doña, Peta, Yolanda y las demás mujeres comenzaron a ahorrar dinero y a buscar un lugar donde pudieran vivir juntas y criar a José en un ambiente seguro y amoroso. Fue un proceso lento y lleno de obstáculos, pero la determinación y el amor por el niño les dio la fuerza necesaria para seguir adelante.
Finalmente, después de meses de planificación y esfuerzo, encontraron una pequeña casa en las afueras de la ciudad. No era lujosa, pero era un hogar. Las mujeres trabajaron juntas para convertirla en un lugar acogedor y seguro para José y para ellas mismas.
La vida en la nueva casa no fue fácil al principio. Todas tuvieron que adaptarse a sus nuevas circunstancias y encontrar formas de ganarse la vida. Peta y Yolanda encontraron trabajo en una fábrica local, mientras las demás mujeres se dedicaron a diversos oficios. Aunque el dinero era escaso, la satisfacción de saber que José estaba creciendo en un ambiente seguro y lleno de amor lo compensaba todo.
Con el tiempo, la pequeña comunidad que habían formado comenzó a prosperar. José creció rodeado de amor y cuidado, y aunque nunca olvidaron su pasado, las mujeres encontraron consuelo en la nueva vida que habían construido juntas. Peta, en particular, sintió que había encontrado una segunda oportunidad en la vida. Aunque sabía que nunca podría borrar completamente su pasado, estaba decidida a hacer todo lo posible para asegurarse de que José tuviera un futuro brillante.
En sus momentos de introspección, Peta a menudo pensaba en cómo la llegada de José había cambiado su vida. Un niño en un prostíbulo era algo inconcebible, pero ese mismo niño había traído consigo una esperanza y una luz que nunca había imaginado posible. Mirando a José, sintió una renovada determinación y una profunda gratitud por la oportunidad de ser parte de su vida. Decidida a darle el amor y la protección que nunca tuvo, Peta sabía que, aunque el camino era difícil, no estaba sola en su lucha por un futuro mejor.
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