sábado, 27 de julio de 2024

La Declaración de la Purificación: Primera Etapa

La Declaración de la Purificación: Primera Etapa

El hombre, lleno de gratitud y esperanza, se preparó para cumplir con los requisitos establecidos en la ley de Moisés. Tras su encuentro con el sacerdote, se dirigió al mercado para adquirir los elementos necesarios para la primera etapa del ritual de purificación: dos aves vivas, un palo de cedro, hilo de escarlata e hisopo. A medida que se acercaba al mercado, las personas lo reconocían y murmuraban entre sí, asombradas de ver al hombre que una vez estuvo tan afligido por la lepra, ahora completamente sano.

Con todo lo necesario en mano, regresó al Templo y esperó pacientemente a que el sacerdote estuviera listo para proceder con el ritual. Al verlo regresar, el sacerdote asintió con aprobación y lo guió nuevamente a una zona fuera del campamento, donde se realizaría la primera parte del ritual.

El sacerdote comenzó dando instrucciones claras:

—Trae las dos aves, el palo de cedro, el hilo de escarlata y el hisopo. Prepararemos todo como está mandado.

El hombre obedeció rápidamente, entregando los elementos al sacerdote. Este tomó una de las aves y la colocó en una vasija de barro con agua corriente. Con una precisión ritual, sacrificó el ave sobre el agua, permitiendo que la sangre se mezclara con el agua viva.

El sacerdote entonces tomó la otra ave junto con el palo de cedro, el hilo de escarlata y el hisopo, y los mojó en la mezcla de sangre y agua. Sosteniendo el ave viva sobre la cabeza del hombre, procedió a rociarlo siete veces, pronunciando las palabras de purificación:

—Por la gracia de Dios y conforme a la ley de Moisés, eres declarado limpio.

Luego, el sacerdote soltó el ave viva, permitiéndole volar libremente hacia el campo abierto, simbolizando la liberación y la pureza del hombre. La multitud que observaba desde una distancia respetuosa, murmuró en aprobación y asombro.

—Ahora, debes lavar tus vestidos, afeitarte todo el vello de tu cuerpo y bañarte completamente —instruyó el sacerdote—. Después de hacer esto, podrás regresar al campamento, pero deberás permanecer fuera de tu tienda durante siete días.

El hombre asintió con reverencia, comprendiendo la importancia de cada paso. Se dirigió a una fuente cercana y procedió a lavar sus vestidos con cuidado. Luego, con una navaja afilada, afeitó todo el vello de su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, siguiendo meticulosamente las instrucciones del sacerdote. Finalmente, se sumergió en el agua, permitiendo que la frescura lo envolviera mientras se limpiaba físicamente.

Al salir del agua, sintió una profunda sensación de renovación y pureza. Se vistió con los ropajes limpios y regresó al campamento, donde encontró un lugar para alojarse fuera de su tienda, como se le había indicado. Durante los siete días siguientes, se mantuvo en un estado de preparación y reflexión, agradeciendo a Dios por su misericordia y esperando pacientemente el momento en que sería completamente reintegrado a la comunidad.

Al octavo día, con el corazón lleno de anticipación, se preparó para la segunda etapa del ritual, listo para llevar los corderos y las ofrendas necesarias al sacerdote. Sabía que estaba a punto de ser completamente restaurado, no solo en cuerpo, sino también en espíritu y en su lugar dentro del pueblo de Israel.

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